Llevaba ya un tiempo sintiendo que no me gustaba mi trabajo ni las condiciones. Todos los días me parecían iguales, ya no disfrutaba y sentía tristeza cuando llegaba el momento de ir a trabajar.
Por otro lado, siempre me ha apasionado el mundo del desarrollo personal. Ya desde adolescente leía todos los libros que caían en mis manos sobre estos temas, imagino que porque tenía la esperanza de “arreglarme” yo y dejar de sufrir. Tenía que haber una salida.
Sentía que había cosas en mi vida que no sabía gestionar, me veía a mí misma haciendo cosas que me dañaban o dañaban a otros, y a la vez ni siquiera me planteaba que pudiera hacer las cosas de otra manera.
Por aquel entonces, dedicarme a hacer terapia lo veía como un sueño y no sabía si yo iba a ser capaz, si yo era el tipo de persona que podía hacer “eso”. Tenía la creencia de que para ser terapeuta había que estar iluminado, haber solucionado todos los problemas de tu vida y ser alguien especial. Yo no sentía que estuviera en ese punto ni que pudiera llegar a estarlo.
El deseo estaba ahí pero no me atrevía ni a reconocerlo.
Un día me hablaron sobre la Gestalt y sus maravillas. Yo quería saber más y sin duda, y a pesar del miedo que me provocaba, quería probarlo. Tarde un tiempo, pero seguí con la idea en la cabeza. Finalmente empecé a hacer terapia individual.
Al principio no entendía nada. Me daba una vergüenza tremenda hablarle de mis emociones o de mi historia a una persona desconocida. ¿Qué va a pensar de mí? Me sentía un bicho raro con una historia extraña, creía que las cosas que le contaba sólo me pasaban a mí y me resistía a mostrarle mi lado oscuro. Todavía recuerdo frases literales que me dijo esta persona y que no conseguí entender hasta años después.
Este proceso, que duró varios años, significó para mí empezar a “ver”. Enterarme, conocerme, saber qué estaba haciendo y para qué. Aprender a vivir.
Mi deseo de ser terapeuta seguía dentro de mí, así que el mismo año que empecé con la terapia, entré también a hacer la formación Gestalt. Me decía que era para mí, para mi auto-conocimiento, porque todavía no me atrevía ni a reconocerme este deseo. Tan imposible lo veía.
Hice la formación Gestalt y fue una revolución en mi vida. Tres años de conectar con alegría y con dolor, de vivir al fin. Definitivamente no sería la persona que soy ahora si no hubiera pasado por ahí.
¿De verdad es posible todo esto que me está pasando?
¿De verdad se puede vivir de esta manera?
¿De verdad puedo dejar de hacer las cosas como hasta ahora? ¿Es posible relacionarse con la gente así?
Liberación. Alegría. Amor. Consciencia. Honestidad. Un mundo nuevo se abría ante mí.
Seguí en terapia, seguí haciendo formaciones, talleres, seminarios, libros… ya no podía parar.
Aún no me atrevía a dar el salto, pero en mi cabeza no dejaba de buscar la manera. Y entonces fui mamá…
La vida me dio la oportunidad de realizar este salto gracias de la maternidad. Porque dispuse de tiempo para parar, alejarme y reflexionar. Porque de repente mi vida anterior, con mis horarios anteriores ya no me cuadraba.
Porque me empoderé y conecté con mi fuerza. Porque quería ser un modelo de mujer satisfecha con su vida y con su trabajo para mi hija.
Y entonces sólo tuve que dejarme llevar…
Por estar donde estoy ahora doy gracias a la vida, a mi hija Julia y a mí.
Foto: Marta Ahijado