Hoy estoy resfriada y mi pareja se ha ido con Julia al pueblo de sus padres para dejarme descansar, cosa que agradezco mucho, porque desde que soy mamá son pocos los espacios que tengo solo para mí y disponer de un día completo ahora mismo es un lujo.
A la vez que agradezco esos espacios de soledad, se me pueden hacer largos si paso mucho tiempo sin ver a mi niña, y un día entero, ahora mismo, es mucho tiempo.
Es así, pero igual que cuando estoy con ella un tiempo empiezo a sentir ganas de un espacio para mí, cuando estoy un tiempo sin ella empiezo a sentir ganas de verla, y es difícil cuadrar esta necesidad mía, primero con las necesidades de ella y luego con las del entorno.
Y mientras escribo estas líneas me doy cuenta de que puede ser que, una vez más, esté siendo mucho más consciente de mis necesidades que de las de mi hija.
Muchas veces ocurre que queremos estar conscientes de nosotras, escucharnos, respetarnos… y todo esto que está muy bien, pero ¿y las necesidades de ellos? ¿quién mira por satisfacerlas? Mía es esa responsabilidad mientras mi hija no pueda hacerse cargo de ello.
Al margen de este apunte, quería tratar hoy de otro tema: el dar poca importancia a nuestras necesidades. Esto mismo es lo que me ha pasado a mí hoy y es lo que os quería contar.
Mi pareja me propone, ya que está allí en su pueblo, hacer ciertos planes que implican volver a casa con Julia a las once de la noche. Al escuchar la propuesta dentro de mí escucho un gran NO. No quiero estar todo el día sin verla, se la ha llevado dormida y volverá dormida. No quiero, tengo muchas ganas de verla un rato.
Se lo expongo a mi pareja y éste, tras una conversación, acepta venirse antes. Hasta aquí bien, he escuchado mi necesidad, he hecho una petición y me la han concedido. Pero a partir de aquí empiezan a ocurrirme cosas… ¿de verdad no puedes pasar sin verla? ¿es que tiene que ser lo que yo diga? ¿estoy siendo egoísta?
Dentro de mí se empieza a mover cierto miedo y cierta culpabilidad por dar lugar a mis necesidades. ¿De verdad siento que mis necesidades son importantes y merecen ser expuestas y atendidas? Pues de cabeza creo que sí, pero de sentimiento hay una parte de mí que no lo cree en absoluto. Muestra de ello son estas emociones que surgen después de dar espacio a mi necesidad.
Estoy muy tentada de volver a llamarlo y decirle que sí, que se quede, que vuelva ya a las once, que tengo ganas de ver a Julia pero que “puedo aguantar”. En definitiva, que puedo negar mi necesidad, que puedo quitarle valor e importancia.
Al final no lo llamo, al final me mantengo en la satisfacción de mi necesidad observando lo que pasa, lo que se mueve dentro de mí, a modo de experimento.
Siento incomodidad porque estoy saliendo de mi zona de confort (la negación de mi propia necesidad en favor de la del otro). Sí, somos nosotras mismas las primeras que nos sentimos incómodas cuando salimos de ahí, cuando nos permitimos dar espacio a una necesidad nuestra.
¿Y por qué nos ocurre esto? Pues porque es nuestra zona de confort, a lo que estamos acostumbradas, lo que significa que muchas veces nos hemos visto obligadas a negar nuestra necesidad para evitar un dolor mayor que el de no ver nuestra necesidad satisfecha.
Para que nos hagamos una idea de lo que estamos hablando, te pongo el siguiente ejemplo: imagino un niño que está comiendo y ya no tiene más hambre. El niño quiere parar de comer, pero la madre considera que ha comido poco y quiere que coma más. Para el niño satisfacer su necesidad podría ser parar de comer, pero esto podría ocasionar en la madre enfado o rechazo (imagina que ya ha habido experiencias del niño en este sentido), lo que al final sería para el niño más doloroso que la no satisfacción de su necesidad de parar de comer.
Si esto se repite constantemente e incluso se extiende a otras situaciones, aprendemos que satisfacer nuestra propia necesidad puede ser muy doloroso, que nos podemos sentir rechazadas, humilladas, ignoradas, obligadas… así que mejor negar nuestra necesidad, porque la cosa va a ser mucho más fácil así.
Ya de adultas, no recordamos nada de esto, pero seguimos conectando con miedo e incomodidad cuando vamos a satisfacer nuestras necesidades.
¿Qué podemos hacer con todo esto?
Por un lado podemos trabajar nuestra infancia, en el sentido de revisarla, comprender qué pasó y dar lugar a todo aquello que sentimos y no pudimos darle un lugar. Para esto es ideal la terapia.
Otra cosa que podemos hacer es tener experiencias en otro sentido, en el que prioricemos nuestras necesidades y experimentemos ese placer que nos aporta el satisfacerlas. En este caso necesitamos tener cierto grado de conciencia, para poder ir contrarrestando y cuestionando todos esos pensamientos y sentimientos de culpa y miedo que aparecen como consecuencia de todas esas experiencias que ocurrieron en el pasado.
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