En algunos momentos de nuestra vida nos cruzamos con gente que se enfada a menudo. Nos da la sensación de que todo lo que hacemos está mal o estamos constantemente alerta porque tenemos la sensación de que en cualquier momento “la vamos a cagar” y se van a enfadar con nosotros. ¿Te ha pasado o te está pasando?
Aquí nos estamos sintiendo como una niña en lugar de como una adulta. Estamos en el “se van a enfadar conmigo y me van a reñir” en lugar de colocarnos como adultas en un “tiene derecho a enfadarse, ya lo gestionaremos”.
¿Qué tres cosas podemos gestionar de manera diferente cuando nos enfrentamos al enfado del otro?
Fiarnos más de su criterio que del nuestro.
Pensamos que “Si él se enfada es porque yo he hecho algo mal”.
Digamos que el enfado tiene que ver con su mundo interno, con su realidad y su interpretación de esta. No deja de ser “su vivencia”. Puede ser que nuestra vivencia sea totalmente diferente.
Imagina que te ha pedido que hagas algo y a ti se te ha olvidado. Imagina que él se enfada por tu olvido, porque lo interpreta como que tú no lo tienes en cuenta, no lo cuidas. Para ti la cosa es totalmente diferente, llevabas mil cosas en la cabeza y simplemente no te has acordado.
Al ver el enfado de él y quizá los reproches de que tú nunca te acuerdas de sus cosas (cuando él hace muchas cosas por ti), cambia tu percepción de la realidad. Entonces te sientes culpable por no cuidarlo lo suficiente.
Lo que está ocurriendo en este caso es que estás tomando su mundo interno, sus vivencias, como la realidad. Digamos que te vas detrás de él, creyendo su interpretación y olvidándote de la tuyas.
Confías más en lo que siente él que en lo que sientes tú. Más en su criterio que en el tuyo.
¿Qué está pasando aquí? ¿Su criterio vale más? ¿El es más sabio, más importante o más guapo que tu? Observa cuál es tu excusa para darle más valor a su criterio que al tuyo.
Puede ser que no estemos acostumbradas a fiarnos de nuestro criterio, ni mental, ni emocional.
Si yo tengo claro que el tema ha sido un olvido y que para mí nada tiene que ver con cuidarte o quererte, ¿por qué no me puedo mantener ahí? Tú tienes derecho a enfadarte y vivirlo de una manera (y estará muy bien si yo respeto que tú te enfades), pero yo puedo mantenerme en mi criterio, en mis vivencias, en MI VERDAD.
Mi mundo interno es completamente diferente del tuyo, y ninguno es mejor que otro.
Te sientes rechazada o culpable.
Cuando se enfadan con nosotras, nos sentimos rechazadas unas veces, culpables otras, o ambas cosas a la vez.
Nos conectamos con nuestra niña interior y revivimos nuestras heridas. Papá y mamá se enfadan conmigo porque he hecho algo mal o soy mala (me siento culpable o inadecuada) o papá y mamá se han enfadado conmigo, ahora no me quieren, no me prestan atención (me siento rechazada).
Esta es, en realidad, una vivencia infantil, que seguimos viviendo ya de adultas. Ahora cambia la situación y las personas, pero no nuestra reacción. Nos puede pasar con nuestra pareja, nuestro jefe, nuestros amigos… pero la vivencia interior sigue siendo la misma. Me sigo sintiendo rechazada o culpable.
Si quieres saber qué hacer cuando aparecen estos sentimientos que vienen de tu niña interior herida, puedes leer el siguiente artículo.
Una vivencia más adulta del enfado del otro sería algo así: la gente tiene derecho a enfadarse, yo no soy la causa de ese enfado, soy el estímulo. Ese enfado tiene más que ver con esa persona que conmigo, es decir, que ese enfado habla de la historia de esa persona, de cómo vive lo que está pasando y de cómo lo interpreta.
Esto no quiere decir que yo me quite toda responsabilidad si he faltado el respeto a alguien. Tendré que hacerme cargo de la parte que me corresponde y reparar lo que considere necesario. Pero muchas veces hay enfado sin falta de respeto, y aquí es cuando no podemos cargar con una responsabilidad que no es nuestra.
Además, si yo intento evitar que se enfaden (realmente puedo hacer poco) ¿cómo lo voy a hacer? Sólo tengo una opción, que sea a costa de mí misma.
Para que los demás no se enfaden voy de puntillas por la vida, intentaré llevar cuidado para no molestar con mi presencia, mediré lo que digo y lo que hago… Pero entonces ¿Dónde quedo yo? ¿Dónde mi autenticidad? Si voy todo el rato conteniéndome y limitándome (dejando de ser yo misma), ¿qué tipo de vida me espera?
Tienes miedo al conflicto.
Quieres estar bien, tener buen rollo y que todos estéis felices y contentos… y te da mucha pereza vivir en un conflicto continuo, con discusiones, gritos o malas caras.
Eso lo entiendo… ¿quién no lo va a preferir? El tema es, como siempre, ¿a qué precio?
Tú puedes INTENTAR (nada te asegura que vaya a ser así) evitar el conflicto, pero ¿qué sacrificas para ello?
Yo te lo digo. Te sacrificas a ti (tus preferencias y opiniones, tu espontaneidad, tus necesidades…). Dejas de ser tú para intentar modificar la situación externa. Y dime… ¿por qué tienes que ser tú la que se sacrifique?
¿Y si no se sacrifica nadie y tratamos de gestionar lo que hay de la mejor manera posible?
Y con esto no estoy diciendo que eches más leña al fuego cuando el ambiente ya esté tenso, sino que hagas lo que necesites, sabiendo que el conflicto puede aparecer de vez en cuando y que en pequeñas dosis es hasta saludable.
El conflicto nos sirve para reajustarnos, para limpiar aquello que tenemos pendiente y que está “ensuciando” la relación, para marcar un límite que no hemos puesto hasta ese momento. Las relaciones pueden salir fortalecidas de los conflictos, si éstos se gestionan adecuadamente.
El conflicto, por sí mismo, no es malo ni bueno.
Ahora piensa… ¿Qué te da tanto miedo del conflicto?
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¿Como que tiene derecho a enfadarse con migo?
Vamos lo que me faltaba por leer.