Os voy a poner un ejemplo que me ha ocurrido hoy con mi hija que me va a servir para explicaros algo que yo entiendo sobre el enfado.
El ejemplo es muy tonto… iba a cocer unos huevos y a Julia (de dos años y medio) le gusta ayudarme a cocinar. He llenado un cazo con agua y ella quería echar los huevos dentro. Le he dicho que lo hiciera con mucho cuidado y eso ha hecho ella, ponerlos en el cazo con la máxima delicadeza de la que ahora mismo es posible.
Al soltar el primer huevo he visto que tenía que hacerlo más suave, porque estaba a punto de romperse. Se lo he dicho “más suave cariño”. Con el segundo ha hecho lo mismo y le ha pasado lo mismo que el primero, “más suave cariño” le he vuelto a decir. Yo por dentro empezaba a notar que me enfadaba. Para ella eso era suave, así que con el tercer huevo a vuelto a hacer lo mismo.
Cuando he puesto los huevos a hervir se han empezado a rajar las cáscaras y a salir huevos por todos lados. Al ver esto he ido sintiendo cómo mi enfado iba aumentando.
Mi enfado era con ella… “por qué has tirado los huevos así?”. Sé que si no pongo conciencia a mi enfado en ese momento, lo hubiera lanzado contra ella de alguna manera. Le hubiera regañado por no poner los huevos más suaves, la hubiera culpado por romper los huevos o algo por el estilo.
Me doy cuenta de que mientras la veía poner los huevos en el cazo, yo estaba sintiendo ya enfado. El enfado nos habla de un límite que necesitamos poner. El enfado tiene la función de proporcionarnos más energía de la que tenemos de normal, para que así podamos usar esta energía para poner ese límite que necesitamos.
Yo no he escuchado este enfado. Lo he sentido, pero lo he pasado por alto, así que no me he dado cuenta del límite que yo necesitaba poner en ese momento, y que era poner los huevos en el cazo yo misma para que no se rompieran.
La responsabilidad (que no culpa) de que se hayan roto los huevos era mía por no poner ese límite y no de mi hija, que lo único que ha hecho ha sido hacer lo que mejor podía. Si no somos conscientes de nuestra responsabilidad en este tipo de situaciones, tendemos a culpar a nuestros hijos de cosas que en realidad no es responsabilidad de ellos.
Otra reflexión que saco de esta situación… Yo siempre quiero dejarla experimentar, jugar, probar… y a la vez veo que tengo que escucharme yo. Necesito equilibrar sus necesidades de juego y experimentación con las mías. Si no lo hago al final yo termino enfadada y aunque sea más o menos consciente de mi enfado, de que la responsabilidad es mía y de que no tiene sentido lanzarle mi enfado a ella, mientras estoy enfadada no puedo tratarla igual, no puedo atenderla con el mismo cariño que cuando estoy bien. Así que a veces necesitamos poner un límite, aunque al hacerlo dejemos sin satisfacer algunas de sus necesidades, y para poder seguir estando bien con ellos.
Por último, quiero defender a esas madres que no somos perfectas, que a veces nos enfadamos. Necesitamos entender que el equivocarnos con nuestros hijos es parte de la vida. Nuestros hijos no necesitan madres perfectas, necesitan madres que se equivoquen y les enseñen a sus hijos que equivocarse es normal, que nos pasa a todos y que en estos casos podemos pedir disculpas si es necesario y tratarnos bien a nosotras mismas, darnos cariño porque ese momento es difícil para nosotras. Si podemos transmitirle ésto a nuestros hijos, les estaremos haciendo un gran favor.
Gracias, Ángeles, ¡me sirve un montón! El ejemplo es tan del día a día, y me gusta tanto el enfoque que te voy a tener presente muchos días 😉
Me alegra mucho que te sirva Lucía! 🙂
Gracias Ángeles, me pasa y tu post me acompaña. Tu comprenderte como madre me hace sentirme comprendida a mi.
Hola Loli! Me alegro muchísimo de que te sientas acompañada, esto es importante pues muchas veces nos sentimos muy solas en el camino de la maternidad. Un abrazo!