Ser complacientes es una de esas estrategias que aprendemos de pequeñas, cuando no tenemos de mamá y papá el amor incondicional que merecemos, y entendemos que solo somos dignas de amor cuando hacemos lo que el otro espera de nosotras.
Para una adulta esta idea puede parecer algo ilógica, pero en el mundo de los niños, donde el adulto nunca está en cuestión, es totalmente razonable.
A continuación, te voy a contar los tres estados (según la gravedad) en que te puedes encontrar en relación a la complacencia:
En el estado leve pones de vez en cuando a los demás por delante de ti. En determinadas situaciones y con ciertas personas te salta este automático que te hace comportarte como si los demás fueran más importantes que tú.
Detrás de esta actitud pueden haber ciertas creencias de que hay que ser buenas personas, de que los demás van primero, de que satisfacer nuestras necesidades antes que las de los demás es ser egoístas…
Entonces, cuando te pones a ti primero, sientes culpa, porque has transgredido alguna de estas normas internas que rigen tu vida, y que en realidad ni siquiera son tuyas, sino que son mensajes que te han repetido tus padres, profesores o has visto hacer a alguna figura de referencia.
Date cuanta de que no eres consciente muchas veces de todas estas normas internas que rigen tu vida, pero sí sientes en tu cuerpo ese malestar y culpabilidad cuando las trasgredes.
¿Qué puedes hacer? Poner consciencia a tu lista de creencias. Es más fácil que lo hagas en los momentos que que sientes culpa. Cuando esto ocurra te puedes preguntar ¿qué norma estoy transgrediendo? Entonces puedes pensar si esta norma realmente tiene sentido para ti, si es tuya o la has tragado sin más, si cuadra con tus auténticos principios y valores. Si no es así, podemos dejarla ir.
En un estado medio de complacencia sientes miedo cuando te dejas ver, cuando das tu opinión, cuando te expresas, cuando pides lo que necesitas…. Y estás pendiente de la reacción de los demás ¿les ha parecido bien? ¿hay algún signo de rechazo?
Vas por la vida con miedo a no gustar, a ser inadecuada. Además crees que son los demás los que determinan tu valía. Si te aceptan significa que tú vales, si no lo hacen… lo siento, no vales nada.
¿Cómo no vas a estar pendiente de la opinión de los demás si está en juego tu valía personal?
Date cuenta de que eres tú la que pone su valía en sus manos. Date cuenta de que eres tú la que, sin darte cuenta, cedes este poder a los demás.
Tienes miedo a ser, a que se vean esas partes de ti inadecuadas y defectuosas, motivo suficiente de rechazo por parte de los demás.
¿Qué puedes hacer? Volver a reapropiarte de tu poder y darte cuenta de que tu valor personal es independiente de la opinión que tienen los demás sobre ti.
Para ello puedes poner consciencia a cómo pones tu valía en manos de los demás. Cada vez que te veas haciéndolo, recuerda que no funciona así.
Si de verdad lo crees, verás que cuando eres consciente de que estás haciendo para el otro, para que te de valor, en ese mismo momento en que tomas consciencia, esta actitud se cae sola.
Por último, en el estado grave has perdido el contacto totalmente contigo misma. Estás tan pendientes de lo que quiere el otro, de agradarle, que ya no sabes lo que quieres tú.
Si alguien nos pregunta “¿qué te apetece?” o “¿dónde quieres ir?”, no sabremos responder porque ya no nos sentimos. No sabré si prefiero comer una cosa u otra, no sabré si me apetece más playa o monte, simplemente no conecto con mi deseo cuando lo busco. Seré de las que siempre me adapto a los demás, porque todo “me va bien”.
En el fondo esto no es verdad, tú tienes tus preferencias al igual que todo el mundo, el problema es que no puedes llegar a sentirlas.
Has bloqueado el acceso a tus deseos y necesidades para conseguir el amor de los demás. Has aprendido que tal y como eres no está bien, que si te dejas ser puedes fallar, te pueden rechazar y abandonar. ¿Y quién quiere correr este riesgo?
Para protegerte te desconectas de tí misma, porque de esta manera no corres ningún riesgo. Te aseguras de que no te vas a dejar ver ni por despiste y así, tratas de evitar el rechazo de los demás.
Toda esta artillería que despliegas para evitar los posibles rechazos de los demás, que tan dolorosos te resultan, te desconecta completamente de ti. Para intentar ganar a los demás te pierdes a ti misma.
¿Qué podemos hacer? En este estado yo recomiendo terapia. Con la guía y el apoyo de otra persona, vas a poder avanzar mucho más rápido y poder dejar este mecanismo que tanto sufrimiento aporta a tu vida.
Lo que más necesitas en esta fase es volver a andar ese camino hacia tus deseos y necesidades. La prioridad es retomar el contacto contigo. Para ello puedes estar pendiente de cada pequeña cosa que desees o necesites. Entrenarte para llevar la atención de nuevo a ti y poco a poco volver a casa.
¿En qué fase te encuentras tú? ¿Detectas algún síntoma más que yo no haya contado?
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Ángeles Sánchez.