Mis acciones afectan a los demás, igual que las acciones de los demás me afectan a mí.
No vivimos solos en el mundo, nos relacionamos unos con otros y estas interacciones tienen consecuencias. Una de ellas es que lo que hacen los demás nos afecta y lo que hacemos nosotros, afecta a otros.
Este es un hecho inevitable que debemos asumir como parte de nuestra existencia. No podemos vivir sin afectar a los demás, es decir, debido a nuestras acciones los demás sentirán alegría, dolor, ira, ilusión… Y lo mismo nos ocurrirá a nosotros con las acciones de los demás.
Algunas personas tienen miedo de este hecho. Son aquellas que van por la vida casi pidiendo permiso para existir. Tienen miedo a molestar, a pedir, a dejarse ver, a expresar su opinión e incluso a ocupar un espacio. Estas personas todavía tienen más miedo a afectar de cualquier manera a los demás. No se sienten con derecho a hacerlo o creen que pueden provocar un daño de tales dimensiones que no pueden dejarse ser.
Como personas adultas podemos asumir la responsabilidad de que nuestros actos tienen consecuencias, y una de ellas es que afectan a los demás, pero esto no quiere decir que seamos responsables de cómo los demás se sienten.
Cada uno siente conforme a sus necesidades
En el libro sobre comunicación no violenta de Marshall Rosenberg lo explica de una forma que me parece muy clara y que voy a intentar resumir a continuación: imagina que alguien queda contigo y tú llegas puntual a la cita, pero la otra persona llega media hora tarde. Según qué necesidad se te “active” te sentirás de una u otra forma.
Si tu necesidad es de saber que le importas a esa persona, probablemente te vas a sentir dolida. En cambio, si tu necesidad es de aprovechar el tiempo porque tienes mucho que hacer, puede que te sientas frustrada. Pero si tu necesidad es de estar un rato tranquila sin hacer nada, puede que hasta te sientas agradecida por encontrarte con un rato para parar, respirar y conectar contigo misma.
En el ejemplo anterior me voy a sentir dolida, frustrada o agradecida según mi necesidad. Observa que el hecho objetivo es el mismo en los tres casos (llegar tarde a la cita), pero la emoción que aparece en el otro es completamente diferente. Observa que esta emoción no depende de que yo llegue tarde, sino de la necesidad que tiene el otro en ese momento.
Luego, no depende de mí como el otro se siente, pues entre mi acto y el sentir del otro hay interpretaciones, creencias, necesidades…. que hace el otro y que no dependen de mí.
¿Esto me quita toda responsabilidad en cuanto a lo que siente el otro?
La realidad es que no tenemos el poder de hacer sentir a alguien de una determinada manera. Por mucho que queramos, no tenemos tanta influencia sobre los demás.
Algunas personas viven creyendo que sí tenemos este poder, pues esta creencia esconde el beneficio de sentirnos poderosas e importantes. Pero la otra cara de la moneda es la culpa, ya que si yo creo que puedo hacer sentir a los demás de una determinada manera, seguramente me sentiré culpable cuando me crea la causa de su malestar.
Aquí hay que tener especial cuidado con los niños y niñas, pues si les decimos cosas como ‘me estás cabreando’, puede que se sientan responsables ya no solo del enfado, sino de las posibles expresiones violentas de la ira de sus padres.
En terapia me encuentro esta situación a menudo. Estas personas crecen creyéndose causantes de la violencia de los demás y se ocupan de llevar sumo cuidado, incluso inhibirse y dejar de ser ellos mismos para evitar desatar el enfado de otros.
Pero entonces ¿de qué soy responsable?
Soy responsable del trato que doy a los demás
No soy responsable de la manera en que se sienten los demás, ya que dichas emociones no van a depender de mí sino de las interpretaciones y necesidades que tenga esa persona en ese momento concreto.
Lo que sí entra dentro de mi responsabilidad es el trato que doy a los demás. Yo puedo elegir tratar a los demás de manera respetuosa o puedo tratarlos de manera violenta (si voy por la vida insultando, criticando, juzgando…). Esto depende totalmente de mí y tiene unas consecuencias.
Somos completamente responsables de nuestros actos y en cada momento soy libre de elegir aportar al mundo amor o violencia. Soy libre de decirte una palabra cariñosa o un insulto. Esto depende solo de mí.
Ni la situación, ni los demás me hacen ‘hacer nada’. Yo soy libre de elegir cómo quiero actuar en cada momento.
A veces nos falta conciencia para no dejarnos llevar por nuestras emociones, pero esto tampoco nos exime de esa responsabilidad. Puede que esté muy enfadada y me deje llevar por las ganas de gritarte, puede que la emoción de enfado sea tan intensa que me cueste controlarme para no agredirte, pero igualmente seré responsable de esa agresión.
De la misma manera soy responsable de elegir ampliar mi conciencia y ganar en herramientas para llevar cada vez más el timón de mi vida, en lugar de dejarme llevar por mis emociones, patrones automáticos o creencias limitantes.
Vivir como personas adultas pasa por asumir mis responsabilidades y a la vez quitarme aquellas cargas que no me corresponden.
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